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  • Foto del escritorAlvaro Aguado Mercuri

La medalla de oro: un premio a la excelencia, no a la amistad

En los recientes Juegos Olímpicos, la decisión de compartir o no la medalla dorada volvió a ser tema de debate. Luego del recordado gesto de los saltadores en alto Gianmarco Tamberi y Mutaz Essa Barshim al compartir el oro en Tokio, 2020 el dilema volvió a presentarse en París, ya que en la misma prueba los atletas Hamish Kerr y Shelby McEwen tuvieron la posibilidad de compartir el primer puesto tras saltar 2,36 metros. A diferencia de lo ocurrido en la capital nipona, los atletas optaron por un desempate. Las redes sociales estallaron ante esto alegando su falta de amistad y egoísmo pero… ¿Hicieron lo correcto?

Si bien el gesto de Tamberi y Barshim fue admirable, no debería convertirse en una normalidad, ya que se desvaloriza el logro conseguido al no alcanzar la excelencia deportiva que pregona el olimpismo en su lema: “citius, altius, fortius”, es decir, “más rápido, más alto, más fuerte”. El mismo tiene origen en un grito de guerra griego, que invita a dar lo mejor de sí mismo, reflejando la búsqueda de la excelencia, la superación y la grandeza. Justamente, lo buscado por el neozelandés, Hamish Kerr, y el estadounidense, Shelby McEwen y alcanzado finalmente por el primero, luego de un desempate con 11 saltos fallidos por cada competidor.

Por otro lado, el hecho de compartir una medalla puede ser percibido como algo injusto por otros competidores, ya sea de la misma prueba o incluso en otros deportes del olimpismo, ya que ellos no tuvieron la oportunidad de decidir compartir la presea. Un caso específico es el fútbol en el que en la final olímpica España y Francia culminaron empatados al término de los 90 minutos, pero el partido debió continuar hasta lograr un ganador.  ¿Por qué no darle el oro a ambos seleccionados y festejar la victoria conjunta? No sería lógico ni contribuiría a la competencia, como tampoco contribuye a un Juego olímpico que en todas las finales se compartiera el primer puesto, sería contradictorio para un evento en el que se busca la competitividad y por tanto la excelencia del deportista.



A estos atletas que optaron por competir en vez de compartir, las redes sociales los atacaron duramente por no respetar el espíritu olímpico, pero si hubiesen compartido la medalla dorada ¿lo hubieran respetado? Precisamente el espíritu olímpico no solo reside en la amistad, sino también en el respeto por el adversario, la competencia justa y la excelencia deportiva.  El verdadero respeto por el adversario y el espíritu olímpico se encuentra en la competencia limpia, en esforzarse al máximo hasta el final y en aceptar los resultados con dignidad, ya sea en la victoria o en la derrota.  Es irónico que quienes critican a los atletas que eligen competir en lugar de compartir una medalla dorada, lo hagan en nombre del espíritu olímpico, cuando, en realidad, su decisión de competir es precisamente lo que mantiene vivo ese espíritu.

Optar por un desempate no es un acto de egoísmo o falta de empatía, sino de compromiso con el deporte y el respeto por los adversarios y por uno mismo. El esfuerzo, la dedicación y el sacrificio de todos los competidores merece ser honrado en una competencia justa y con un único y verdadero ganador, que buscó la excelencia y encontró la gloria. Al hacerlo, no solo se honran a sí mismos, sino a todos los atletas, al olimpismo y a los anteriores campeones laureados, desde Grecia hasta París.

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